sábado, 11 de junio de 2011

No quiero ser princesa.

Todo ocurre tan rápido que no te das cuenta.
Un día rechazas el postre. Empiezas a mirar las calorías de la comida. Cada día te ves peor en el espejo.
Empiezas a pensar en lo poco que eres y en cuanto quieres cambiar. Te pones metas exageradas, no las consigues alcanzar, y eso te deprime todavía más.
Te sientes tan mal que empiezas a saltarte alguna comida, pero nada preocupante.
Ves como poco a poco la ropa te queda más grande. Pero el espejo te dice todo lo contrario. Ese reflejo horrible que ves no te deja dormir. Sólo quieres que se vaya. Poco a poco empiezas a hacer mucho ejercicio. Ese ejercicio se convierte en demasiado, es excesivo.
Sólo quieres quemar calorías, una a una, hasta que no quede nada.
Te despiertas antes por las mañanas para salir a correr mientras el resto de tu familia duerme. Y por la noches no paras hasta que te caes desfallecida, y en ocasiones, aún así sigues, sigues hasta que el último rincón de tu ser no puede consigo mismo. Hasta que mareas, casi te desmallas. Pero sabes que vale la pena.
La gente se empieza a dar cuenta. Tus huesos sobresalen demasiado. Con tus clavículas podrías arrancar ojos, y eso te gusta.
Creen que has ido demasiado lejos. Te obligan a comer. Aún cuando ya no tienes hambre. Cuando estás a punto de explotar.
Ahí comienza otro infierno. Joder, ¿en algún momento seré lo suficientemente buena para alguien? 
Aquí donde me veis, soy 47 kilos de desperdicio humano. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario